martes, 2 de noviembre de 2010

Con tres heridas

Miguel Hernández, llegó a Orihuela con tres heridas, con tres heridas que lastró a través del tiempo y durante toda su intensa y corta existencia física, con tres heridas, que más que impedirle realizarse como persona, le encumbraron al Olimpo de lo inmortal.
Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida.
La del amor, eternamente abierta se la ofreció a Josefina, su novia de siempre, su musa, herida abierta a las caricias, a la ventana de los besos, a la candente entrega del deseo, receptiva al amor, oferente al deleite, a la entrega, abierta a los suspiros y al abrazo fecundo.
Herida, que ni el dolor opaco de la separación logró cauterizar.
Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida.
La de la muerte, herida que pronto ascendió desde las abarcas del poeta a su frente de luna, herida que arrastró por las tenebrosas cárceles franquistas.
En Moura es vejado y detenido por los guardiñas secuaces de Salazar, quienes cargaron como una inmensa cruz, la herida de la muerte sobre la espalda del poeta del pueblo, de esa herida ya no logrará Miguel deshacerse.
Esa herida fue compañera inseparable del poeta, por las cárceles de: Huelva, Sevilla, Madrid, Orihuela, de nuevo Madrid, Palencia, como martillo sobre yunque otra vez Madrid, Ocaña, Albacete y Alicante. (Algunos llamaron turismo carcelario a esta infamia.) Y fue en Alicante donde la herida de la muerte consiguió anidar por fin en el cuerpo de Miguel.
De su cuerpo yacente germinaron caricias como inmensos poemas, poemas, que crecieron más allá de los libros, más allá de juicios fingidos, de cárceles sombrías, poemas, como ecos infinitos que braman sobre la conciencia de sus asesinos, ecos como viriles toros que envisten contra miedos y olvidos abriendo en la boca del silencio la herida de la muerte.
Llegó con tres heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida.
La de la vida, esta herida, llega a la grupa de un radiante corcel que galopando a través de la esperanza, abreva en los corazones de la inocencia y se nutre de la semilla temprana de la luz.
La herida de la vida, es fecunda, solidaria, no hay que temerla.
Si te hieres de amor, esperanza o justicia, siempre será venturosa la herida.
Qué herida puede ser más bella que la elegía a Ramón sije: No hay extensión más grande que mi herida, dice Miguel, en esta bella composición. Sabemos del dolor que producen los reveses de la vida, sin que por ello ignoremos que esta llaga dolorosa, nos hace sentir vivos.
Llegó con tres heridas a modo de poemas blandidos en su pecho.
Es un triste poema el tren de los heridos. Como triste es la guerra.

Sus desiertas abarcas colmadas de tristeza en la noche esperada, son un triste poema.
Y una gota de lluvia es un triste poema si corre por el rostro de algún niño yuntero.

1 comentario:

Liberto Soler dijo...

Apreciado amigo, he leído con atención tu artículo sobre Miguel Hernández y entiendo que es francamente bueno, creo que logras una bonita recreación del poema “Con tres heridas” además de conseguir llenarlo de emotividad.
También quiero aprovechar este comentario para pedirte por favor que cuelgues la carta abierta que escribiste a Pablo Neruda, la leí en una ocasión y me parece que merece la pena que la compartas con la gente que te sigue a través de este blog.
Un abrazo.